Patrimonio inmaterial de Eulz, Navarra.8-Pseudogentilicio de Eulz(I)
Los pueblos del valle de Allín, carecen del gentilicio castellano que se forma añadiendo diferentes sufijos a los nombres de las poblaciones. Cuando alguna vez, alguien se saca de la manga un gentilicio para nombrar a los de cualquier localidad del valle, resulta chirriante al oído.
En el caso de Eulz, se puede argumentar que la dificultad articulatoria del nombre pueda tener algo de culpa, pero vemos que otros pueblos del valle presentan formas más adaptables a los sufijos castellanos y también carecen de él. Ello es debido a que la reciente pérdida del euskera y sus formas, a mediados del S. XIX, no ha dado tiempo para que se hayan adoptado las terminaciones propias del castellano. Por ello, para denominar a los naturales de los diferentes pueblos del valle, usamos el sintagma los de + topónimo. Así diremos, “los de Muneta”, para referirnos a los vecinos de esta localidad.
A falta de gentilicios, usamos como sustitutos los apodos colectivos o pseudogentilicios. Estos últimos, son producto del ingenio popular y en su génesis intervienen razones culturales e históricas. Aun cuando los apelativos de Allín están en franco retroceso, en ciertas poblaciones sus apodos colectivos actúan como verdaderos gentilicios. Cuando esto es así, frecuentemente se debe a una reinterpretación errónea del mismo.
En el valle, se conoce a los vecinos de Eulz, como ranas y chitarranas, aunque esta última acepción nos ha llegado con un uso y distribución menor. Está claro que la balsa situada junto al pueblo, es la que ha generado este atributo, usado de forma desdeñosa por los pueblos vecinos.
El sobrenombre de Eulz y los del resto de localidades, surgen para molestar al vecino, sin necesidad de apoyarse en las características más ajustadas del lugar. Por lo tanto, como balsas y ranas tenemos por todos los pueblos, puede parecer evidente que a Eulz le tocó ese mote de forma aleatoria. En principio, eso es lo que parece, pero… ¿seguro qué fue así?…
Resulta que, hasta hace poco, la vivienda más cercana a la balsa era el antiguo palacio del Conde de Lerín, que se encontraba junto al actual cementerio, a escasos 100 metros del estanque. Según cuentan los mayores, sus últimos restos se apreciaban en un rincón de lo que hoy conocemos como Pieza del Palacio, actualmente propiedad de la familia Azcona-Comas. Nuevamente nos apoyamos en el Diccionario de Madoz para informarnos del estado de la edificación a mediados del S. XIX: “…se ve un edificio derruido, que titulan palacio, cuyos robustos y musgosos paredones denotan haber sido muy sólido y a manera de fortaleza; es propiedad del duque de Berwick y Alba.” En las décadas inmediatas al texto de Madoz, la casa de Alba se desprendió del solar del palacio y de las diversas fincas que poseían en la zona, vendiéndoselas a los renteros. Tras ese cambio, las ruinas fueron utilizadas como cantera y sus piedras fueron reaprovechadas por los vecinos, tal como se puede observar en los sillarejos reutilizados en la zona del pozo, de casa Andresón (Calle Belástegui, Nº 13) Finalmente, con la concentración parcelaria, desaparecieron los últimos vestigios del palacio-fortaleza.
La historia dice que en el S.XIV, el linaje Sánchez de Asiain poseía algunas tierras en Eulz, además de otras heredades en Artabia, Larrión y Abaigar. Un miembro de la familia se rebeló en 1.380 contra el rey Carlos II y este lo ejecutó en Tafalla, confiscándole todos sus bienes. Seguidamente, el monarca donó estas heredades a la emergente familia de los Beaumot, que poco después ostentarían los títulos de Conde de Lerín y Condestable de Navarra. Esta familia, emparentada con la realeza por línea bastarda fue acrecentando sus posesiones por la zona y consiguieron el patronato de la iglesia de Eulz. Al emparentar con la casa de Alba, el patrimonio de los Beaumont fue absorbido por este otro linaje. No sabemos si los Sánchez de Asiain erigieron una torre en Eulz, para gestionar las rentas que les proporcionaban las posesiones de los alrededores. La descripción de Madoz y las piedras trabajadas que han ido apareciendo periódicamente al labrar el solar, nos indican que las ruinas que conocieron los mayores de Eulz, se levantaron en torno a 1500 y a iniciativa de los Beaumont. Por lo tanto, ignoramos si hubo un edificio previo al impulso constructivo de los Beaumont o si el palacio fue una creación ex novo.
De estos privilegios nobiliarios, el que tuvo más relevancia para los vecinos de Eulz, era el derecho a elegir el abad que había de regir la parroquia de san Sebastián. En origen, eran los vecinos los patronos de la iglesia, ya que ellos fueron quienes costearon la construcción del templo y los que sufragaban la manutención de abades y beneficiados. En los pueblos que mantuvieron el patronato, cada casa tenía un voto para elegir a los rectores que se postulaban para regir la iglesia, y habitualmente elegían clérigos nativos de la zona. Cuando por iniciativa real, el patronato era cedido a algún noble o monasterio, eran estos quienes daban el cargo a eclesiásticos allegados a su familia y ajenos al pueblo. Estas adjudicaciones, frecuentemente contaban con la oposición de los vecinos.
Entre los frecuentes pleitos tenemos que, en 1590, los habitantes de Eulz se querellan contra su abad, un tal Diego Ceballos, ya que no reside en la casa parroquial, sino en Tudela (Sales, 1988). Pero la palma se la lleva el abad don Esteban de Aya con varios procesos judiciales. En uno de ellos (año 1.630), los vecinos de Eulz le acusan de ser extraordinariamente avaro a la hora de cobrar los servicios eclesiásticos y los sufragios por los difuntos. Añaden que es áspero y de recia condición al tratar con los feligreses, a los que insulta con frecuencia. Siguen diciendo que una vez fueron dos jurados (alcaldes) del pueblo, a la casa parroquial a cobrarle ciertas denuncias, por infracciones de su ganado. Esto no sentó bien al párroco y reaccionó tirándoles desde la ventana de la cocina un recipiente de requesón recién hecho, manchando a uno de ellos de apellido Zalduendo (actualmente llamamos Casa Zalduendo, a un corral que ocupa el nº 29 de la Calle Mayor y pertenece a la familia Galdeano).
Que el antiguo patronato de la iglesia no estuvo en manos de sus vecinos, también se aprecia en el atrio de la iglesia de san Sebastián. En este espacio cementerial situado a la entrada del templo, se aprecia el típico cajonado para sepulturas, propio de la Edad Moderna. Es en esa época cuando se abandonan los cementerios medievales situados en derredor de la parroquia, pasando los vecinos a enterrarse al interior del templo. Dado el tamaño del pueblo y de la iglesia, resulta lógico deducir que los habitantes de Eulz no tuvieron derecho a enterrarse en el interior de la nave, cosa que si sucedió en la mayoría de pueblos. Ese privilegio quedó reducido a los clérigos que rigieron la parroquia, tal como se pudo observar al hacer las obras de la calefacción. Al ejecutar las zanjas para la circulación del aire, a lo largo de la nave de la iglesia, apenas aparecieron huesos. Tan solo se descubrieron restos humanos en la zona cercana al altar, en el espacio reservado a los eclesiáticos.
Por lo tanto, el dominio de los Beaumont-Alba, supusieron una carga y un deshonor para los vecinos de Eulz. Tanto la figura dominante y jerarquizadora de la fortaleza, en la parte alta del pueblo, como el patronato de la iglesia, recordaban continuamente a los habitantes su subordinación. Por eso, cuando en 1845 se suprimen los derechos señoriales, los vecinos se apresuraron a sacudirse esa autoridad.
Sin embargo, el sobrenombre de ranas quedó como recuerdo de ese período.
BIBLIOGRAFÍA.
SALES, J.L., & URSÚA, I.
1988. Catálogo del Archivo Diocesano de Pamplona. Sección Procesos, 2, 1589-1598. (También el 5)