31-El rebote - Casas rurales Estella, Navarra: Belástegui familiar y para mascotas
Hasta mediados del S. XIX, el juego de pelota en los pequeños pueblos de Tierra Estella era similar al tenis. En un espacio llano y con guante o a mano desnuda, se competía de forma individual o en equipo, lanzándose la pelota de un campo a otro separados por una raya central. En Urbasa tenemos los topónimos denominados Juego de Pelota y Pillota Jokua que nos indican que esos dos lugares fueron muy frecuentados por pastores y carboneros para practicar este tipo de juego a largo.
Es en esa época cuando se populariza una variante que consistía en golpear la pelota contra una pared llamada Rebote, compartiendo los contrincantes el mismo espacio de juego. Así pues, la modalidad de juego de pelota que hemos conocido en nuestros pueblos tan solo data de finales del S.XIX. En nuestra zona, fue algo habitual que la primera pared aprovechada para golpear la pelota contra ella fuera un muro de la iglesia. Algo lógico ya que, con frecuencia, la parroquia tiene en su atrio una zona llana que antiguamente fue de uso sepulcral y que reiteradamente fue compartida por vivos y muertos. Además de su uso como cementerio, los mandatos y prohibiciones recogidas en los archivos parroquiales nos indican que ahí se celebraban diversas actividades sociales y económicas, además de las religiosas. También podamos deducir que el clero local participaba de los mismos criterios y cometía los mismos “errores” que el pueblo llano. Así al menos lo juzgaban las reiteradas disposiciones acusatorias de los Obispos o de sus Visitadores.
En el caso de Eulz, el párroco de esa época era Marcelino Azcona (1834-1934) y a él debemos que el primer Rebote de Eulz fuera la pared de la iglesia. Siempre hemos oído que la pared aledaña a la sacristía servía de frontis con anterioridad a la construcción del Rebote y todo indica que el longevo sacerdote permitió que esa sección de muro fuera preparada para la correcta ejecución del juego. Si nos fijamos en ese lienzo de la fachada de la iglesia, donde actualmente se pone la barraca de fiestas, aún se puede observar que las juntas y huecos están tapados y regularizados con un yeso rojizo. De esta manera se consiguió una superficie aceptablemente lisa y uniforme para facilitar la ejecución del juego. No veremos esa regularización en ninguna otra pared de la iglesia y eso nos indica que la autorización de don Marcelino fue fundamental para que los jóvenes de Eulz pudieran jugar a pelota en la nueva modalidad de rebote, la que se iba imponiendo.
Sobre el criterio y gustos de don Marcelino, debemos tener en cuenta que un sobrino suyo, don Severiano Azcona (1884-1977), llegó a ser superior de los jesuitas y fue el artífice de que se construyera en el Santuario de Loyola el actual frontón, para solaz de seminaristas y frailes. Lógicamente, la enorme afición a la pelota de la que siempre hizo gala don Severiano la adquirió en su infancia y sus primeros partidos fueron contra la pared de la parroquia de san Sebastián. Igual que el resto de los niños de Eulz de aquella época.
No siempre el clero diocesano reaccionó de la misma manera. Frente a la antigua y extendida tradición de compartir el espacio sagrado con fines profanos, hubo párrocos que vieron esa práctica como algo indecoroso. Así tenemos que las paredes de algunos atrios (Azcona, Sorlada etc.) fueron repicadas, de forma quebrada, a instancias del cura de turno, quedando una superficie irregular para que la pelota saliera rebotada de forma anárquica e imposibilitar el juego. Frente a esas excepciones, la postura habitual fue la que tomó don Marcelino: facilitar la materialización de los juegos juveniles en el ámbito de la iglesia para, entre otras razones, tener a la juventud más controlada en un entorno próximo.